El momento era el indicado. También el día y la hora. Tarde acogedora de miércoles. La semana no empezaba, tampoco iba a terminar. No se podía decir que hacia frio, tampoco que hiciera calor. Así comenzó una excursión maravillosa a un lugar maravilloso; quizás era especial para mí; hacia ya mucho tiempo que no disfrutaba de una tarde durante la semana, sin preocupaciones, sin presiones, sin horarios; tenía en claro que no era por ocio, que debía prestar atención a cada detalle para luego plasmarlo en este texto, pero me permití disfrutar también de los minuciosos y, tal vez, imperceptibles pormenores que dieron alegría a aquella tarde de abril.
El viaje se me hizo largo. Yo venía desde el sur, de mi trabajo, pase a buscar a Hernán por la facultad y de ahí fuimos al Malba, zona norte. Atravesar la ciudad puede ser una odisea hoy en día. Lo que debería ser un simple traslado se convierte en una lucha constante con el tráfico, con el peatón, con los semáforos, con los sentidos de las calles que cambian todos los días, con buscar los lugares menos frecuentados y dar vueltas de más, solamente para intentar llegar antes.
Finalmente arribamos. Al estacionar detrás del museo, tuve la oportunidad de conocerlo antes de entrar ya que cuando avanzábamos hacia el frente, pude espiar por los espejos vidriados del costado los primeros matices del edificio. Al llegar a la entrada quede impactado. La peculiaridad de la construcción, las formas que la estructura conformaba, todo era una gran obra de arte. Definitivamente no era lo mismo mirarlo al pasar, por la tradicional Av. Figueroa Alcorta, que estar ahí, viviéndolo en carne propia. Lo primero que note fue la cantidad de gente que se sacaba fotos en la entrada, no entendía porque la necesidad de tanta fotografía en el exterior habiendo tantas imágenes para fotografiar en el interior, pero continúe en mi camino.
Al ingresar al museo, retiramos las entradas y nos propusimos comenzar el viaje por aquellos salones dotados de arte, un arte tan nuestro; pero al querer subir la primera escalera tuve la primera decepción (y a su vez, la respuesta a mi primer interrogante), no se podía ingresar con cámaras. De tal forma entendí porque la gente solo podía conformarse con cientos de fotos en la puerta de entrada.
Subimos por la primera escalera mecánica. Mientras lo hacía, me maraville con dos obras en particular: “Enredamaderas” de Pablo Reinoso, unas enredaderas que “caen” sobre una de las paredes del museo y que salen de un banco de madera ubicado en el segundo piso. Y además, “El pájaro amenazador” de un genio como Berni que colgaba sobre el techo del MALBA donde casi podía sentirse la presencia del ave.
Ya en el primer piso recorrimos la exposición permanente. Si bien este relato debe centrarse en “Caminos de la vanguardia cubana”, es imposible dejar de mencionar lo espectacular de la obra de muchos autores latinoamericanos. Llamaron mi atención algunos trabajos de Berni, en relieves. Tres fotografías de Andy Warhol con Marta Minujín, que luego investigue tenía relación con el pago de la deuda externa con choclos. Allí lo social, lo político, lo económico se mezclaba con la cultura de una manera casi imperceptible a la lectura común, pero fuertemente acentuada bajo la mirada del ojo crítico. La organización también es motivo de análisis, las obras estaban divididas según las distintas décadas del Siglo XX. Las paredes tenían distintos colores según el contenido del material que allí se exponía. Llamo mi atención también las distintas obras que figuraban; no eran solo cuadros, había esculturas enormes, interactivas, algunas graciosas, otras llamativas, algunas sencillas y otras más extrovertidas y atrapantes. Había más de lo que esperaba.
La travesía debía continuar y avanzamos hacia el segundo nivel donde se encontraba nuestro objetivo primario: la exposición “Caminos de la vanguardia cubana”. Ni bien ingresamos una pared en diagonal irrumpió nuestro recorrido con un largo texto introductorio sobre la muestra. En mi afán por tratar de recolectar los principales datos, una guía se acerco y nos ofreció volantes con los textos para que no tengamos que transcribirlos. El texto informaba acerca de la exposición, de la inquietud por los intelectuales de la isla que llevo al desarrollo prematuro de obras pioneras en el arte cubano. Acerca del periodo recolectado situado entre 1920 y 1940. Los temas abarcados en el museo: Una nueva mirada hacia la mujer, el nacionalismo en su expresión máxima y la relación de la vanguardia cubana con los conflictos políticos de su tiempo. Como ocurrió con otros países latinoamericanos, en diferentes épocas, los tres principios básicos en los cuales se estructuro la idea expuesta eran el nacionalismo, el universalismo y el sentido de responsabilidad social.
El ambiente era calmo, propio de un museo. Se oían muchas voces, pero no se entendía que decían; quizás no tenían nada para decir, quizás estaba todo dicho. Los murmullos recorrían los coloridos pasillos del salón (como en la anterior exposición los colores de las paredes marcaban las distintas temáticas). La muestra invitaba a sus visitantes a recorrerlas de derecha a izquierda, contrario a las agujas del reloj. La iluminación estaba perfectamente preparada; todas las dicroicas que el techo ofrecía apuntaban al cuadro que se exhibía sobre la pared. Con esa sola iluminación bastaba para alumbrar el lugar y que no sean necesarias lámparas agregadas, todo estaba en sincronía. Los cuadros mostraban información muy diversificada; opuesto a lo que pasaba en la exposición permanente, no había obras que resaltasen por encima de otras, lo que ayudaba en cierto punto al recorrido de la muestra, ya que uno no debía esperar a que la gente se dispersara para ver alguna obra en especial, todas eran visitadas y observadas por igual. Recuerdo que el techo era alto y blanco. Las cámaras de seguridad no cesaban un segundo de registrar cada movimiento de los visitantes.
El recorrido comenzó por la temática sobre la mujer; allí se apreciaban una serie de cuadros con mujeres solitarias, de autoras como Amelia Peláez, o incluso de hombres, como René Portocarrero o Carlos Enríquez. Capto mi atención diferentes cuadros de Portocarrero, donde incluía mujeres, generalmente de cuerpo no tan esbelto, en diferentes lugares, siempre solas. Los títulos eran similares, “Mujer en la ventana”, “Mujer en el parque”, entre otros; este pintor iba a ser frecuentado en los distintos pasillos del recinto. La mayoría de las pinturas eran realizadas en óleo o en crayón. El primer pasaje entre la temática de la mujer y el nacionalismo lo encontré en pinturas de Enríquez, donde el mismo afirmaba que “Nuestra vida nacional gira alrededor del sexo”, allí su obra exponía cuadros de mujeres denudas, muchas veces relacionadas con el sexo, incluso entre mujeres mismas, algo osado para la época.
El primer cuadro con aparición masculina llego con “La Taberna” de Arístides Fernández, pintado en 1933, dibujado con lápiz y acuarelas, mostraba la primera idea de protesta, de exaltación del nacionalismo. Enseguida aparecen obras relacionadas con el paisaje. Allí, Víctor Manuel García utiliza cuadros hechos en óleo para intensificar el panorama cubano en retratos muy vistosos. No era el único, René Portocarrero volvía a aparecer en escena con maravillosos paisajes hechos algunos en oleo, otros con lápices. Otro autor, muy comprometido con la realidad cubana de la época era Wilfredo Lam, en alguno de sus escritos reflejaba la poesía de africanos que llegaron a Cuba en relación con la represión que sufrían. En sus pinturas podían verse figuras, hombres, mujeres, animales como gallos, en “Figura con gallo”, criaturas inventadas, como un cuadro muy interesante donde se veía la cabeza de un brujo y el torso de una mujer.
También autoras femeninas destacaban su obra, como Amelia Peláez. Vanguardista en pinturas con objetos, con el cubismo. Arche y Fernández, en sus obras “trabajadores” y “manifestación con banderas rojas” reflejaban el sentido de nacionalismo y la tercer temática referida al conflicto político de la cuba pre-revolucionaria. Marcelo Pogolotti afirmaba este concepto con su idea de pintar la realidad cubana, el reemplazo de obreros con maquinas en obras como “el gigante y el enano”, “dar dar dar..”, “El muelle” o “Manifestación”. En todos ellos hacía referencia a la represión obrera, a los trabajos forzados, a la automatización industrial y a la liberación popular.
La muestra incluía también fotografías de personas reales, generalmente mujeres desnudas o retrato de otros autores, como obras de Joaquín Blez o José Manuel Acosta.
Finalizando el recorrido logre entender un poco más la realidad cubana que no es distante de la vivida en nuestro país, quizás en diferentes décadas. Represión, lucha, protesta…revolución, son palabras que frecuentan el diccionario latinoamericano y que autores de la Cuba de principios de Siglo lograron expresar de manera maravillosa a través de obras únicas y recomendables para todo aquel que aprecie el arte y la cultura.
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