Estaba contando el dinero cuando asaltaron el banco. Llevaban armas de alto calibre y cuchillos afilados. Hubiera sido sensato tirarme al piso pero no pude ganarle a mi mal genio, simplemente me quedaba mirando mientras todo el robo se efectuaba sin siquiera dar aviso al guardia que se encontraba en la esquina. De golpe, uno de los delincuentes me llama y ordena que me tire al piso; yo quise aceptar su solicitud con gusto pero estaba paralizado, mi cuerpo se encontraba endurecido totalmente.
Este hecho solo hizo que los delincuentes se enfurecieran más conmigo. Me apuntaron con su revólver de lleno a la cabeza y no me dejaron otra alternativa que rendirme a sus pedidos. No pidieron plata, no pidieron joyas, no pidieron nada de valor. Solo me dijeron: “Levantáte y decíle a toda la prensa que tenemos a diez rehenes atados y amordazados y que si no traen a todas las cámaras en media hora, mueren todos. Ah! Y que nos manden pizza y cerveza”.
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